El auge del antisemitismo en Alemania no empezó, como muchos piensan, con la llegada al poder de Hitler. La hostilidad religiosa hacia los judíos existía en la Europa cristiana desde siglos atrás, al culpar parte de la población al pueblo judío por la muerte de Jesús, erróneamente.
A finales de 1800 se empezó a afianzar la nueva y peligrosa idea de que los judíos no eran solo un colectivo religioso: eran una raza diferente e inferior. Además, se les hacía responsables de todos los problemas sociales y económicos de Europa, por lo que en 1870 los políticos alemanes hablaban de un “problema judío”.
Un nacionalista alemán, Paul De Legarde, creyó que tenía la respuesta ante ese “problema”: enviar a todos los judíos de Europa del Este a Madagascar, la isla frente a la costa de África Oriental.
Fue entonces cuando comenzaron las elucubraciones sobre el Plan Madagascar y la idea de deportar a los judíos a la isla; aunque finalmente, y siguiendo el procedimiento del Informe Korherr del 27 de marzo de 1943, se decidió deportar a los judíos hacia el Este como se había decretado en Wannsee.
Durante los años transcurridos entre De Legarde y Hitler, la demonización del pueblo judío se generalizó: algunos medios de comunicación europeos presentaban a los judíos como integrantes monstruos conspirando para dominar el mundo.
Sin embargo, el pueblo judío no quería dominar el mundo. Tan solo quería vivir en él, como todos los demás.