Tras poner en marcha la “Solución Final al Problema Judío” los nazis se afanaron en buscar un método de exterminio masivo que les permitiera lograr lo antes posible su objetivo de aniquilar a los judíos de Europa.

El gas Zyklon B, un pesticida de fácil transporte y uso, se convertiría pronto en su mejor aliado debido a su eficiencia y bajo coste.

Entre el 3 y 5 de septiembre de 1941 el campo de Auschwitz – Birkenau se convirtió en el escenario de los primeros experimentos con este gas, hasta entonces empleado contra piojos y otros insectos.

600 prisioneros de guerra soviéticos y 250 presos políticos polacos fueron gaseados en los sótanos del pabellón 11 de Auschwitz. La “operación” fue calificada de éxito rotundo por los alemanes que, en lo sucesivo, emplearían este método para asesinar a miles de personas diariamente.

El Zyklon B se distribuía en latas herméticas selladas. Su presentación era en forma de gránulos que, al entrar en contacto con el aire, liberaban un veneno (cianuro líquido) capaz de aniquilar a miles de personas en apenas unos segundos.

Al penetrar en los pulmones a través de la inhalación el Zyklon B provocaba en las víctimas dolores extremos, violentas convulsiones y, en último término, un ataque cardíaco.