Llegada de un transporte de prisioneros provenientes de los Cárpatos al andén principal de Auscwhitz. © Yad Vashem.
«“¡Fuera, fuera, fuera!”. Estábamos impactados. No sabíamos qué pasaba ni dónde estábamos. Solo vimos SS con perros y vimos a lo lejos luces, miles de luces. Fuimos saliendo de estos vagones y tuvimos que alinearnos y había gente con uniformes a rayas… Le pregunté a uno de ellos: «¿Dónde estamos?» Sin mirarme, dijo: «Auschwitz» … “¿Qué es Auschwitz?”».
Después de sufrir toda clase de humillaciones y la marginación, la expropiación y su reclusión en guetos infrahumanos, prisioneros provenientes de toda la Europa ocupada eran transportados en vagones de carga totalmente abarrotados, sin agua ni alimento, hasta el campo de Auschwitz. Tras un viaje que a menudo duraba varios días y en el que muchos perecían, llegaban a largo andén del campo, conocido como la rampa o die rampe.
Izquierda: Botas de la SS (década de 1940). Derecha: Maletas pertenecientes a personas deportadas a Auschwitz (1944). Colección del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau © Musealia
Al final de ella se encontraban varios médicos, miembros de la SS, que decidían en apenas unos segundos la suerte de los recién llegados: quién se convertiría en esclavo hasta morir por agotamiento, inanición o las torturas inflingidas a los prisioneros; quién serviría como “cobaya” para experimentos pseudo-científicos y quién sería inmediatamente asesinado (el 75-80 % de los deportados).
El método era mecánico y muy sencillo: se preguntaba a los prisioneros su edad, su profesión y si gozaban de buena salud (difícilmente posible en tales circunstancias); y dependiendo de estas respuestas el SS emitía su veredicto. Si su pulgar señalaba a un lado, era apto para trabajar. Si lo hacía al otro, implicaba la ejecución inmediata.
Los niños y ancianos se calificaban automáticamente como incapacitados para el trabajo forzado y, por tanto, eran directamente enviados a las cámaras de gas. También las madres con hijos pequeños y, como norma general, todas las personas consideradas débiles o enfermizas.
Mientras este macabro ritual se desarrollaba, las víctimas debían entregar a la SS del campo las pocas pertenencias que llevaban consigo. Su equipaje era apilado en un costado del andén, para luego ser clasificado para su posterior envío y venta en Alemania.
Aún aturdidos por el largo viaje, azuzados por golpes y gritos y desconocedores del destino de sus familiares y amigos, aquellos que lograban pasar la selección se enfrentarían, en cualquier caso, a unas condiciones de vida inhumanas que llevaban a los prisioneros a fallecer en el plazo de unas semanas o pocos meses.